Complicidad by Stuart Neville

Complicidad by Stuart Neville

autor:Stuart Neville [Neville, Stuart]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2010-01-01T00:00:00+00:00


36

El Viajero cerró los grifos cuando el agua llegó al sumidero. La superficie se rizó con las últimas gotas. Sumergió la mano en el agua. Estaba fría. Se incorporó del borde de la bañera y apagó la luz. Había suficiente espacio detrás de la puerta para quedarse allí sin ser visto.

¿Cuánto tiempo podía estar de pie en un sitio? En una ocasión llegó a estar casi cuatro horas, en un rincón del despacho de un contable. Ni siquiera había tenido que tocar al pobre cabronazo; el contable había caído en redondo después de que el corazón se le hubiera parado en seco en el pecho, al ver al sicario abalanzarse hacia él desde las sombras. Una pieza fácil, aunque la espera había sido una putada.

¿Podía esperar más de cuatro horas de pie e inmóvil? Pensó que sí. Rara vez se aburría. No es que fuera un pensador, pero aun así su mente podía entretenerse sola durante mucho, mucho tiempo. Podía recordar a las personas que había conocido, a algunas de las que había jodido, a algunas de las que había matado. Podía pensar en Sofía y en el hijo que tenía previsto darle.

En vez de eso, pensó en Gerry Fegan. Bull le había enseñado una fotografía. Era un tipo delgado, enjuto y fuerte, igual que él, de rostro anguloso y expresión dura. Se preguntó a cuántos habría matado. Estaban los doce por los que había sido encerrado, y luego aquella orgía de hacía unos meses. ¿Cuántos habían sido? Cuatro en la ciudad, y dos en la granja cerca de Middletown, un agente británico y el político Paul McGinty. Aquello sumaba dieciocho. Él había matado al doble, y más.

¿Tenía miedo de Fegan? Probablemente, pero eso no era malo. Orla O’Kane fanfarroneaba de que su padre no le tenía miedo a ningún hombre salvo al gran Gerry Fegan, pero él sabía que sólo era eso: una fanfarronada. El hombre que no le tenía miedo a nada era el hombre que buscaba que lo mataran. Lo verdaderamente importante es lo que uno hacía con su miedo. El Viajero convertía el suyo en ira y odio, algo que podía utilizar para hacer su trabajo. Y el trabajo era más importante que nada.

Cerró los ojos, acompasó la respiración y esperó.

Transcurrió una hora, tal vez un poco más, antes de que oyera el pitido de la tarjeta electrónica al resbalar por la ranura, seguido del sonido metálico de la cerradura cuando se abrió. Aguzó el oído y se representó a Patsy Toner entrando y cerrando la puerta tras él.

El pequeño abogado atravesó jadeante la habitación, arrastrando los pies por la alfombra barata. El sicario oyó el crujido de la tela cuando Toner se empezó a quitar la ropa, probablemente la chaqueta, y a continuación los golpetazos de los zapatos. El colchón gimió. Un mechero se encendió; una bocanada de aire y una espiración. Al cabo de un instante, el Viajero captó la acre pestilencia de un cigarrillo que tan bien conocía. Un largo sorbido húmedo y una tos.



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